Era una frase que mi bisabuela, cuando la demencia senil empezó a afectarla, repetía cada vez que llegaba gente a su casa y se quedaba por un tiempo mayor a dos horas, cosa que le parecía por demás cansona e imprudente.
Hubiese sido a lo mejor lo que hubiese dicho al saber que pasé cinco horas haciendo una visita… Sin embargo, he de decirlo, podía haber estado un par de horas más. Es que el tiempo se nos hizo humo, se fue desvaneciendo entre anécdotas y risas, recuerdos de infancia, de niñez y adolescencia, fotos e historias con alusiones a distintos momentos, costumbres y nuestras familias.
Nos parecía increíble que esa amistad que empezó en los primeros días del kindergarten, la hubiésemos mantenido años después cuando nuestras vidas respectivas nos habían llevado por caminos diversos, cada cual con una carrera terminada y un título bajo el brazo. Era asombroso que ahora aquella niña rubiecita de rulos y redondeados pómulos me estuviese contando sobre su matrimonio y las ocupaciones de su nueva vida de casada mientras yo le contaba mi vida por tierras lejanas y el disfrute de mis vacaciones ahora que visitaba a la familia…
Parecía que fue ayer, parecía que éramos las mismas, sin embargo al mirar atrás, ha pasado toda una vida… Pero como decíamos en nuestra conversación, a veces es mejor no hacerse la cabeza, es mejor no estresarse, simplemente es mejor no pensar… Y optar por ser, una que otra vez cada tantos años, una visita larga…
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